sábado, 24 de noviembre de 2012

Testimonio vocacional de un joven de Mancha Real


La verdad es que muchas veces, mis amigos y conocidos me preguntan el típico ¿Y tú por qué quieres ser cura? Claro, como yo les suelo contestar: tengo muchas razones para ser cura, y más en esta sociedad en pleno avance. Y me responden: Pero… ¿A ti como te llamó el Señor? ¿Te habló en sueños? Y los más graciosos dicen: ¿Te mandó un correo? ¿Te llamó? ¿Usó WhatsApp?
Y ante estas preguntas, algunas más formales que otras, siempre cuento la historia de cómo fui llamado por Dios para, en un futuro, ejercer el santo Sacerdocio.
Bueno, para empezar diré que ninguna de las formas en las que me preguntan mis amigos es la correcta.

Como todos los niños, cuando yo era un chavalín, quería ser muchas cosas: bombero, astronauta, policía… Vamos, lo que a todos nos gustaba por aquella época.
Más tarde, y conforme vamos madurando, cambiamos nuestros gustos profesionales por otros más “asequibles”. Y pensé: ¿Por qué no ser abogado? Ser abogado era algo que me gustaba mucho, porque ayudabas a las personas que realmente lo necesitaban. Me acuerdo que en el colegio siempre me metía en medio de las peleas, para mediar entre ellos, aunque claro, no siempre la palabra tenía efecto, y como al otro, acababa recibiendo una “sopa” de puñetazos.
Y os preguntareis, ¿Y por qué el cambio tan radical? 
Bueno, es verdad aquello de que lo que está a tu alrededor te influye un poco a tomar decisiones. Yo estudié en el colegio "Pedro Poveda", de la Institución Teresiana, es decir, un colegio católico. Allí me enseñaron muchos fundamentos y valores cristianos… Pero todos tenemos nuestra época “macarra” y yo pasaba un poco del tema. 
Cierto es que cuando me mudé a una zona residencial de Jaén, le preguntaba a mi madre: ¿Qué es ese ruido que se oye de fondo? Y ella, riéndose, me decía que eran las campanas de una iglesia cercana. 
Yo, intrigado, me acerqué un día que había Misa, porque sí, yo sabía lo que era por lo que decían los libros de religión, pero nunca había sentido esa necesidad de ir y conocer.
Y lo que son las cosas, yo que pensaba que acabaría aburriéndome, y terminé yendo al día siguiente, y al siguiente… y así hasta el día de hoy, que hacen ya unos 10 años. A veces pienso que fue mi conversión, como la de San Pablo.
Y lo que más me gustó, fue la figura del “monaguillo”. Tanto que comencé a serlo. Pero yo ambicionaba más. Tanto fue así, que mi párroco, viéndome cómo estaba de ilusionado, me adelantó mi confirmación, y ya daba catequesis con 14 años.

Mientras, yo seguía con mis ideas de ser abogado, luchar por los derechos, resolver los problemas, yo quería saber de la Iglesia lo justo y necesario, vamos, la misa de los domingos. Y un buen día, mi párroco me habló de unas convivencias que se hacían en el Seminario. Y allá que fui, total, por probar…
Allí aprendí muchas cosas y con todo lo que aprendí, algo, no sé el qué, comenzó en mi cabeza a moverse, a tener vida, a dar vueltas alrededor de mis ideas. 
Entonces empecé a cuestionarme aquello de… ¿Seré abogado? Y una noche, que había fiesta en las pertenencias parroquiales, en un momento, me escapé a la capilla, me arrodillé y pregunté a Dios, ¿Dios mío, qué quieres de mí?
Ahí fue donde lo vi. Todo estaba ya muy claro. Efectivamente, quería ayudar a las personas, defenderlas, ayudarlas en sus problemas, pero no los problemas legales, sino los de la fe. Y fue cuando me hice esa pregunta, la típica de ¿Y por qué no ser cura?

Todo cambió a partir de ahí. Me tomé mucho más en serio todo lo que el cura decía en las homilías, y hablando desde la fe, maduré.
Y claro, pasó el tiempo, yo seguía en mi club selecto de los monaguillos, iba a otras convivencias en el Seminario y hasta ayudé en algunas misas al Obispo. Para mí todo eso era fascinante… Pero yo veía que los curas no eran tan joviales, o tan divertidos, como las personas de mi alrededor.
Por ese tiempo, yo me mudé a un pueblo cercano a Jaén, Mancha Real. Y me acogieron en la parroquia de San Juan Evangelista, en la que estoy actualmente. Y allí conocí al que es ahora un gran amigo para mí, y además era seminarista. Y este joven me enseñó que no era necesario ser una persona seria para ser sacerdote. Y si tenia esa idea de ser sacerdote un poco borrosa, con la ayuda de mi nuevo párroco, de mi buen amigo, y de mis padres, claro, se fue aclarando poco a poco. 


Y hoy, ahora, cuando escribo esto, me doy cuenta de que de entre todos los caminos que tenía para escoger, este es el mejor de todos. Aparte de tener el apoyo de mis amigos, de mis padres y de la gente de la parroquia, tengo siempre en mi camino a Dios, a quien encomiendo mi vida, para ejercer su ministerio.
Bueno, creo que esta es toda la historia de mi vocación. Agradezco al Seminario Menor “San Juan de Ávila” y a José Miguel Espinosa por haberme permitido contar mi historia en este blog. A mis futuros compañeros de seminario, con los que cada día aprendes algo nuevo, a mis padres, que me soportan y me apoyan y todas las personas que, en sí, hacen lo posible para guiarme por el camino, el buen camino.
Acabo encomendándome también a Nuestra Madre, la Virgen María, que al igual que ella, yo también he dicho un sí a Dios, para que se haga en mí su voluntad.
¡Un fuerte abrazo!
Víctor Vera Cano

1 comentario:

  1. Que el Señor te ayude en esta gran tarea!!
    Serás un gran sacerdote!

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